Dale más milivoltios, corazón

17/6/2019

Pongamos como ejemplo un experimento de laboratorio, expuesto de forma intuitiva. Tenemos una disolución acuosa de una sal… sulfato de cobre ¿Por qué? Porque esa sal tiene un color azul precioso. En nuestro experimento, queremos formar cobre puro… robarlo pasó de moda.

Sencillamente, electroquímica. Eso ha dicho, innumerables veces, un biotecnólogo en un monólogo sobre pilas de combustible microbianas. Pero solamente era un recurso cómico, porque ni la explicaba ni es sencilla. La electroquímica comprende las reacciones químicas con transferencia de electrones, presentes en los organismos vivos y en muchos procesos en la industria y en casa. Se estudia en el campo la química física (terreno peligroso), explicando principalmente los procesos químicos que ocurren entre un conductor eléctrico (electrodos) y un conductor iónico (electrolito). Así que, como su nombre indica, implica una interacción entre energía eléctrica y reacciones químicas.

Pongamos como ejemplo un experimento de laboratorio, expuesto de forma intuitiva. Tenemos una disolución acuosa de una sal… sulfato de cobre ¿Por qué? Porque esa sal tiene un color azul precioso. En nuestro experimento, queremos formar cobre puro… robarlo pasó de moda. Para ello, a través de uno de los electrodos, necesitamos aportar electrones a la disolución, que serán captados por los iones libres de cobre, a la vez que se van asociando, formando el metal. Este fenómeno lo controlamos con un potenciostato, un aparato que, entre otros procesos, aplica el potencial eléctrico necesario que genera las corrientes eléctricas asociadas a la formación de cobre.

Las corrientes eléctricas se imaginan fácilmente como un montón de bolitas, por ejemplo, electrones, que pasan por un punto en un tiempo dado. Esto lo medimos con amperios. Pero una de las magnitudes que desconciertan en electroquímica es el potencial eléctrico. Se puede interpretar como la energía que tiene una partícula cargada en un punto, por ejemplo, de uno de nuestros electrodos. Esto es importante, porque no es lo mismo enviar un electrón con poca energía, incapaz de convencer al cobre para que lo acepte, que enviar ese mismo electrón a tope y que provoque la reacción que deseamos. Estamos hablando de más o menos voltios; ellos marcan la diferencia y si traen de cabeza a los estudiantes de química, para un estudiante de ciencias de la salud, ¡enfrentarse a los voltios es como meterse donde no te llaman!

Pero hubo una persona que hizo posible que la electroquímica se comprendiera mejor. Antonio Aldaz Riera ha sido uno de los grandes electroquímicos por sabio conocedor de los enrevesados mecanismos de esta ciencia y por saber transmitirlos con claridad y pasión. Hoy hace una semana que falleció y por eso le hago este pequeño homenaje. Los pocos ratos que pude pasar con él han sido de lo que más ha marcado mi experiencia en investigación. Una persona mayor de edad que ya debía haber cumplido sus objetivos para su currículum y se volcaba en los demás. Y parecía no importarle demasiado si un experimento iba a ser competente en la carrera tormentosa de una tesis, no más que la curiosidad. Con Antonio era sencillo, solo había milivoltios, microamperios, centímetros, ánodos de fibras de acero, cátodos de carbón… Solo electroquímica.

Ese era el ambiente que hace que te apasione la ciencia, aunque sea abstracta, que confíes en los experimentos y que permite crear.

Cualquier resultado, solución o incidencia en los experimentos tenía que ser explicada por la electroquímica, y en esto tenía la suficiente experiencia como para saber rendirse de una manera tan entrañable como cuando dijo: los potenciostatos, como todos los aparatos, tienen su corazoncito, y a veces hacen cosas que no podemos comprender ¡Yo le creo! Porque además de que fue elegante, ya había oído antes que los electrones, en ocasiones, se mueven solos y no se sabe por qué.

Para terminar, quiero recordar un gesto muy particular suyo: se acariciaba la barbilla impetuosamente, como peinando la barba que no tenía, repetidas veces.  Significaba que estaba maquinando, inventando, o buscando en su repertorio de conceptos teóricos. Solo eran ideas, pero seguro que constituían el buen camino. Por eso, en una ocasión, delante de un resultado inesperado, entendí que no todo estaba perdido cuando mi compañero susurró:

Aldaz tenía razón, como siempre.

Alberto Vivó Porcar

Biotechnology and Nanotechnology expert. Content adaptation for teenage audiences
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